Apenas un parpadeo
A veces la vida se deja caer en la palma
como una moneda tibia: pesa tan poco
que uno duda si sostenerla
o dejar que ruede hasta perderse
en las ranuras del día.
Porque es eso, ¿sabes?
Un día, o cien años, qué diferencia.
La duración es un truco barato
que usamos para creer que avanzamos,
cuando en realidad giramos
alrededor de un punto que nunca vemos
pero que está ahí, respirando en silencio.
Y sin embargo —mira qué ironía—
cada segundo se planta frente a nosotros
como un perro obstinado:
espera que lo miremos,
que lo nombremos,
que aceptemos que es el único que existe.
El presente es un animal frágil,
pero también el más feroz.
Se rompe con una mirada distraída
y aun así vuelve a armarse,
como esas figuras de papel
que uno intenta deshacer
pero siempre encuentran la manera
de recomponerse en el aire.
Vivir es eso:
una sucesión de instantes que se fugan
apenas los pensamos,
y que sin embargo nos definen
con la precisión absurda
de un reloj que no marca las horas
sino la intensidad con que las habitamos.
Y uno sigue, claro,
porque no hay alternativa,
porque en la fragilidad está el juego,
y en lo efímero, la única eternidad
que alguna vez tendremos.
El resto es literatura.
Y de esa, por suerte,
nadie nos puede expulsar.
Alejandro Palma.
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