Querido/a —porque siempre hay alguien del otro lado aunque finjamos que escribimos al aire—:
Te escribo esta carta que no sabe si quiere ser ensayo o si prefiere quedarse en carta, como esas cosas que no eligen del todo y por eso se vuelven interesantes. No vengo a hablar de revoluciones con mayúscula ni de gestos heroicos que salen en los libros de historia; vengo a hablar de la mesa, de la silla que cojea, del pan que alcanza justo y a veces ni eso.
Nos dicen —siempre hay alguien que nos dice— que para vivir mejor hay que arrancar el poder de manos ajenas, como si el poder fuera una fruta madura y nosotros unos ladrones nocturnos. Pero no. No queremos quitar nada. Ni coronas, ni sillones, ni palabras grandilocuentes. Que se queden con sus trajes bien planchados y sus discursos circulares. No es envidia lo que nos mueve, es cansancio.
El mundo no cambió hacia el lugar correcto y no lo va hacer muy pronto.
El problema no es que ellos tengan mucho, sino que nosotros tengamos tan poco que la vida se nos vuelve una gimnasia de malabares: pagar, trabajar, resistir, repetir. El problema es llegar a casa con el cuerpo usado y el ánimo en saldo, y aun así tener que agradecer. Como si agradecer fuera una obligación moral y no una consecuencia natural de vivir dignamente.
Yo no sueño con palacios vacíos ni con estatuas caídas. Sueño con algo más modesto y por eso más urgente: que el sencillo no viva con miedo al lunes, que el trabajador no tenga que elegir entre descanso y comida, que la dignidad no sea un lujo sino un hábito. Sueño con que la vida deje de sentirse como una prórroga.
Tal vez el error fue pensar siempre en términos de quitar y poner, como si el mundo fuera un tablero rígido. ¿Y si se tratara de ampliar? De que quepan más, de que el suelo no ceda justo donde pisan los mismos de siempre. No queremos ser poderosos; queremos ser tranquilos. No queremos mandar; queremos vivir.
Te escribo esto sabiendo que mañana todo seguirá más o menos igual, pero también sabiendo que las palabras, cuando se acomodan bien, hacen pequeños desplazamientos invisibles. Y a veces eso alcanza para empezar.
Con la esperanza humilde de los que no piden milagros,
te abrazo.
Alguien que quiere vivir tranquilo.
Comentarios
Publicar un comentario