Querido amigo:
Escribo estas líneas con la sensación de que todo sigue igual y, a la vez, de que algo se ha quebrado. Hoy la calle parece un espejo convexo de la ciudad que siempre creí conocer, donde los rostros se alargan y se multiplican en cada esquina, y donde la política, esa vieja maestra de ceremonias, ha decidido vestirse de otro disfraz.
El triunfo de Kast me recuerda, con un humor amargo, a esos relatos donde los personajes avanzan por pasillos interminables sin saber que la puerta final ya no pertenece a su mundo. Se anuncia un tiempo de certezas rígidas y de promesas que suenan a eco metálico. Uno quisiera detenerse, mirar detrás del hombro, y descubrir que todo es una broma de alguien que se divierte con nuestros desvaríos. Pero no: el reloj no se detiene, y la vida sigue su carrera absurda.
Pienso en los jóvenes que ahora miran la televisión, los grupos que discuten en cafés y en plazas, los que gritan y los que callan. Todo parece un collage de esperanzas y temores. Me pregunto si, en algún momento, la palabra “libertad” no se convertirá en un fantasma que nos sigue en cada esquina, recordándonos que el juego siempre tiene trampas.
Aun así, querido amigo, siento que hay algo que no podemos perder: la mirada irónica y compasiva sobre este mundo que nos toca vivir. Escribir, hablar, resistir desde la ternura y la lucidez—esas son nuestras armas, aunque a veces nos parezca que se las lleva el viento.
Y como siempre, el tiempo dirá lo que esto fue e inicia hoy.
Con un abrazo que busca atravesar la distancia,
AleP
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