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carta a la identidad de un país

Querido amigo:

Hoy me he detenido a pensar en Chile, y más aún, en la extraña sensación que tiene este país de mirarse en espejos ajenos. Te escribo porque siento que la identidad chilena es un misterio que se escurre, que se oculta tras silencios prolongados, y que, paradójicamente, se define por lo que no es tanto como por lo que es.

Mientras otros países de nuestro continente parecen anclarse en certezas: México en sus raíces milenarias, Perú en su herencia incaica, Brasil en la música que lo hace bailar con alegría y pluralidad, Chile se mueve como un reflejo huidizo. Hay en este país un impulso constante por mirar hacia fuera, por adoptar modelos, por proyectarse hacia un futuro que promete lo que el pasado silenció. Esa tensión, querido amigo, es en sí misma la identidad chilena. No es ausencia, sino desplazamiento.

Pienso en cómo Argentina se declara en palabras, en debates y cafés, mientras Chile prefiere el silencio; no por cobardía, sino por la fuerza de un pasado que pesa y que se desea olvidar. Y sin embargo, es ese mismo silencio el que define, el que habla más que cualquier discurso. Uruguay, tranquilo y coherente, parece tener un mapa de sí mismo; Chile, en cambio, dibuja mapas que cambian según la luz y la sombra.

Quizás esta oscilación explique por qué Chile busca y recibe tanto: ideas económicas, culturales, modelos de desarrollo. Es como un país en tránsito consigo mismo, un país que nunca termina de reconocerse en su espejo, pero que en esa búsqueda revela su más honda verdad. Otros países tienen identidad consolidada; Chile la tiene líquida, fluida, inquieta. Y, querido amigo, creo que hay una belleza filosófica en eso: la identidad que se construye desde la falta, desde el deseo, desde la mirada hacia otro lugar.

Me pregunto, mientras escribo, si esto no nos dice algo más amplio sobre América Latina: que somos un continente de tensiones, de mezcla, de búsquedas incesantes. Y que tal vez la identidad no sea un tesoro fijo, sino un juego, un poema que cada generación escribe y borra, y que Chile ha hecho suyo como pocos.

Con la admiración y complicidad de siempre,
A.P.



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