Santiago, 3 de noviembre 2025
Querido buscador,
“Los pobres son vagos.”
“El mercado se regula solo.”
“La política no sirve.”
“No hay alternativa.”
“Así es el mundo.”
Y lo decimos nosotros. Lo repetimos. Lo incorporamos como quien incorpora un idioma aprendido sin darse cuenta. Como niños que heredan una lengua, heredamos una ideología.
Eso es el relato.
No necesita convencerte de todo, solo necesita hacerte sentir que no hay otra opción. Que protestar es inútil, que pensar distinto es peligroso, que dudar es de ingenuos. Lo instala en tus series favoritas, en los titulares de los noticieros, en los discursos de quienes ya se rindieron sin decirlo.
Pero ningún relato se sostiene sin quienes lo pronuncian. Y ahí es donde empieza la resistencia. No en los gritos, no en las barricadas (aunque también), sino antes: en el momento casi íntimo en que alguien se pregunta si eso que repite… es cierto.
Ese primer resquicio es suficiente.
Desmontar el relato dominante no requiere un megáfono. A veces basta con:
Preguntar “¿por qué?” una vez más de lo que esperan.
Corregir una frase sin corregir a la persona.
Leer a quien no es citado en los medios.
Enseñar que el lenguaje tiene dueños, pero también grietas.
Hacer silencio donde otros quieren que repitas.
Reescribir tu forma de nombrar el mundo.
No hace falta desmontar todo hoy. Solo aflojar un tornillo. Quitarle una palabra al guion. Interrumpir el coro una vez, aunque sea bajito. A veces, el relato se cae solo cuando pierde la voz que lo repite sin pensar.
La tuya, por ejemplo.
O la mía.
Y cuando el viejo relato se fisura, empieza otro:
uno que escribimos entre todos, con palabras nuevas, con dudas, con ternura.
Entonces, un abrazo grande y una invitación a pensar.
A.P.
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