El efecto Mateo viene del evangelio: “al que tiene, se le dará más; al que no tiene, se le quitará incluso lo que tiene.”
El efecto Mateo se cuela por las rendijas del mundo: en la literatura, en los algoritmos, en los pasillos del reconocimiento académico. Es ese momento en que un escritor, que ya ha sido bendecido con el favor de un premio o una crítica deslumbrada, empieza a recibir más premios, más críticas, más lectores. Mientras tanto, otro —que tal vez escribió con la misma hondura o más— permanece invisible, como una carta que se pierde en el correo. En Zambra, ese escritor olvidado es siempre una especie de fantasma que sigue escribiendo desde la sombra, con la esperanza de que una palabra bien puesta cambie su suerte. Pero casi nunca lo hace.
En los algoritmos, el efecto Mateo se traduce en acumulación. Una canción que recibe muchas reproducciones en Spotify es más visible, más recomendada, más reproducida. Un video con muchas vistas será empujado hacia más vistas. No hay justicia ahí, sólo mecánica. Como en esos viejos juguetes de cuerda que, si se les da suficiente impulso, siguen bailando solos.
Y sin embargo, la trampa es sutil. Porque el efecto Mateo no sólo crea desigualdad: la perpetúa con delicadeza, sin levantar sospechas. En la literatura, nos lleva a leer siempre a los mismos, a premiar a los que ya han sido premiados, a enseñar a los que ya están en los programas. Los olvidados, como los personajes de Kawabata, se desvanecen sin ruido, como una taza de té que se enfría sobre la mesa mientras alguien mira por la ventana.
¿Y qué hacemos con esto? Nada. O tal vez sí. Podemos escribir como si importara. Podemos leer a los no leídos, buscar a los que no han sido encontrados. Cortázar se divertía con los laberintos de la fama y el azar, pero también sabía que había que patear el tablero a veces. Zambra escribe como si estuviera contando un secreto en voz baja. Kawabata miraba la nieve caer como si cada copo tuviera una historia no contada. Tal vez la forma de resistir al efecto Mateo no sea luchar contra él directamente, sino escribir desde otro lugar. Desde ese margen donde todavía es posible que el que no tiene, tenga algo.
Aunque sea una palabra. Aunque sea una sola lectura verdadera.
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Alejandro Palma
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