Querido tú,
que has nacido hace pocos años,
te escribo desde esta esquina polvorienta del continente donde los relojes marcan la hora oficial del desorden, y los noticieros nos cuentan cuentos para dormir con los ojos abiertos.
Si alguna vez llegaste a nacer en Chile, Perú, Argentina o Uruguay, deberías saber, querido novato, que no todos los países te abrazan con la misma ternura al llegar. Algunos apenas te toleran, otros te adoctrinan desde la cuna. Hay cunas que son más cárceles que promesas, y hay cunas que ya vienen con universidad incluida.
Imaginate, por ejemplo, que naces en Lima, no en el malecón donde las olas golpean como discursos sin contenido, sino en un cerro polvoriento donde los libros llegan con años de retraso. Allí, nacer en la clase alta es una lotería que gana uno de cada cien, y el resto se queda jugando con dados cargados por siglos de desigualdad. No hay muchas chances de que te enseñen a pensar críticamente, pero sí muchas de que alguien piense por ti. Y cuando quieras protestar, te dirán que estás siendo manipulado, como si la injusticia no doliera sola.
En Santiago, la historia te recibe con un ojo morado y otro cubierto por el láser de una cámara. Aquí la educación está privatizada hasta el lenguaje, y si quieres aprender sociología sin el sesgo del mercado, tienes que tener suerte, o dinero, o una paciencia casi budista. La derecha sonríe desde los medios, y el relato es suyo: habla de orden, de esfuerzo, de miedo al caos. Y muchos lo repiten, no porque no piensen, sino porque están demasiado cansados para seguir dudando.
Argentina es otra historia —o una telenovela con intelectuales. Nacer allí es como despertarte en medio de una asamblea permanente. Todos opinan, todos protestan, todos leen algo y lo contradicen. La izquierda y la derecha se turnan el micrófono, y los medios no informan: editorializan, editorializan, editorializan... A veces la educación es excelente, a veces se cae a pedazos como una biblioteca sin presupuesto. Pero aún en ruinas, hay pensamiento. El problema es que también hay furia, y la furia no siempre piensa bien.
Uruguay, pequeño y terco como un mate mal cebado, tal vez te dé la bienvenida más suave. No porque sea perfecto, sino porque aún cree en la educación como acto público y laico. Allí podrías tener una oportunidad real de ser un intelectual sin apellido rimbombante. No es garantía, claro, pero al menos no te van a vender el pensamiento crítico en cuotas.
Todo esto para decirte, querido recien-nato, que en América Latina el azar del nacimiento sigue escribiendo los prólogos de las vidas. Que no es lo mismo nacer en un barrio con bibliotecas que en uno con balas. Que no es lo mismo aprender sociología en la universidad pública que recibirla filtrada por cadenas privadas. Que el relato, ese monstruo sutil que decide lo que es “realidad”, hoy lo maneja quien tiene más pantalla, más pauta, más algoritmo.
Pero hay grietas. Por esas grietas entra la duda, y por la duda, a veces, entra la libertad. Quizás, si alguna vez pienses, lo hagas en una casa donde alguien te lea sin corregirte, donde un profesor te mire como sujeto y no como estadística. Tal vez, incluso, llegues a ser eso que llaman “intelectual”, aunque yo prefiero decir: alguien que piensa sin permiso, desde una mirada crítica.
Por eso te escribo. Para que sepas que la posibilidad de no ser manipulado existe. Es remota, sí. Es frágil. Pero existe. Y a veces nace en los márgenes. Como nosotros, quizás.
Con afecto y un mate ya lavado,
Ale P
"Vivimos en el capitalismo. Su poder parece ineludible. Pero entonces, también lo parecía el derecho divino de los reyes. Cualquier poder humano puede ser resistido y cambiado por los seres humanos."
— Ursula K. Le Guin
“Tenemos que imaginar lo real. Y entonces hacerlo posible.”
— Paráfrasis libre de su pensamiento.
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