(entre el cuento, el poema y la crítica social sin estruendo)
Introducción
¿Qué puede decir un texto cuando no busca resolver nada, cuando no explica, ni grita, ni clama victoria?
El cuenma —nombre inventado para este híbrido entre cuento y poema— es una forma mínima de disidencia. Narra sin explicar, flota en lo cotidiano, observa el derrumbe silencioso del mundo desde una silla, una taza de té o un fósforo que se apaga.
Estos textos no llevan clímax ni final. No apuntan, no señalan. Nombran. Se quedan. Insisten.
En tiempos de discursos hiperbólicos y gritos en todas las direcciones, quizás esta forma que no dice “esto está mal” pero lo deja ver en una olla vacía o un bastón sobre una mesa, puede ser una forma de resistencia.
A continuación, comparto una pequeña nota poética sobre el cuenma, seguida de algunos textos breves que intentan habitar esta forma.
Este fragmento es parte del Libro: Cuenmas para quedarse un rato.
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Nota lectora
Poética del cuenma con crítica social
(forma mínima de disidencia)
El cuenma no es cuento ni es poema. Narra, pero no grita ni explica. Hay una poética en los gestos, en las repeticiones, en la belleza atmosférica.
Solo muestra una escena cotidiana, un paso del tiempo. Abre una puerta, se queda. No tiene clímax ni resolución, solo flota.
El cuenma con crítica social no busca enemigos.
Nombra sin señalar.
Cae como polvo:
lo vemos recién cuando oscurece.
Hay tensión, sí,
pero es sorda.
Está en la luz del refrigerador.
En una cama tendida a las tres de la tarde.
En una olla vacía.
En el olor del gas cortado.
El cuenma social no es un panfleto.
Es una grieta que deja entrar aire.
O una mesa puesta para alguien que no volvió.
Su revolución es leve.
Pero insiste.
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Cuatro cuenmas con crítica social.
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Ajustes
Desde que cerraron el comedor, se levanta más temprano.
El pan se pone duro más rápido, dice.
El mantel floreado sigue cubriendo la mesa, aunque ya nadie se sienta ahí.
Los noticieros hablan solos mientras él se afeita sin espejo.
En la caja de fósforos quedan dos.
El gas se corta a las seis, pero el agua, por suerte, sigue bajando del tanque.
Afuera, el sol parece nuevo.
Adentro el pan es viejo, hay que remojarlo un poco con el té.
La mesita ahora parece amplia con tan solo una taza y unas migas de pan sobre ella, que se quedan allí toda la noche.
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Los anteojos y el bastón
Al levantarse, todo era un ritual:
las pantuflas en su lugar,
la camisa doblada,
el pasillo despejado hasta el baño que lo recibía con ese frío —
el mismo de siempre.
El espejo ya no estaba. Desde el estallido de 2019, aprendió a moverse con las manos.
Las rutinas lo salvaban:
de los tropiezos,
de sí mismo.
Por las tardes, el sol aún entraba por la misma ventana.
Solo el bastón,
y los anteojos oscuros,
parecían nuevos.
Todo seguía intacto.
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La esperanza
Se despertó con la alarma, aunque ya no trabajaba.
El cuerpo seguía sabiendo que debía levantarse.
El uniforme, aún colgado, no tenía polvo.
Le gustaba pensar que saldría de nuevo, que alguien llamaría, que todo esto era solo un error del sistema.
El celular estaba apagado. Nadie pagaba ya por estar disponible.
En la cocina, el arroz hirviendo llenaba el departamento de vapor.
Con eso y una cebolla alcanzaba para dos días.
Por la ventana entraban las voces de los que sí tenían dónde ir.
A veces se acostaba otra vez,
sin quitarse los zapatos.
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El recorte
Todas las mañanas, una caminata por el barrio.
El paso lento, las manos atrás, el diario bajo un brazo y la bolsa de pan fresco en la otra mano.
La silla reconocía su peso leve, y las tijeras esperaban su turno mientras él pasaba las páginas con una calma que parecía de otro país.
Cada tanto se detenía en alguna noticia, extendía la mano y la recortaba con mucho cuidado.
Luego la añadía a un viejo cuaderno. La portada decía: "Diario poético."
Dejó el cuaderno abierto. La vejiga no perdona.
La luz entraba oblicua por la ventana abierta de la cocina y puso su mano amarilla sobre el recorte de ese día:
"Central se instala en una zona que estuvo protegida durante veinticinco años."
Al regresar, cerró el cuaderno y lo devolvió a su lugar, junto a unas cuentas sin pagar, unas recetas médicas y un cartón amarillento que alguna vez lo llamó profesor titular.
El agua caliente en la taza dejó salir el aroma a té negro.
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Epílogo
Quizás no haya que romperlo todo para decir algo.
Tal vez mostrar el aire detenido en una habitación sea suficiente para incomodar, para recordar.
El cuenma no enseña: muestra.
Y al mostrar, insiste.
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Alejandro Palma.
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