¿Estamos dormidos en la lectura y el papel solo adorna nuestros libreros?
A veces, nosotros dormimos más que los libros. Ellos duermen parados, en filas silenciosas, con sus lomos relucientes y su silencio de papel, adornando el librero como si la sabiduría fuera parte de la decoración del living. Pero los libros no fueron escritos para dormir ni para hacer juego con el sofá.
Leemos porque queremos saber, crecer, enterarnos. Pero leer no es solo eso. Leer es abrir la conciencia, es dejar que las palabras nos desacomoden el alma. Leer es una forma de insomnio: uno en el que los ojos están fijos y el mundo tiembla.
Quien lee bien no escapa: se mete más hondo. Siente el peso de las cosas que otros no ven. Por eso los libros desacomodan, a veces. Porque en ellos está la verdad dicha con metáforas, con rabia, con belleza. Y quien no quiere ver, se limita a subrayar frases bonitas y a cerrar el libro con la satisfacción del que ha cumplido, pero no ha cambiado.
Si la lectura no nos sacude, si no nos empuja a pensar en la igualdad, en la justicia, en lo absurdo de preferir el petróleo a los árboles, entonces solo estamos hojeando. Como quien pasa los canales de la tele sin ver nada, como quien mira sin mirar. Porque leer también es mirar: hacia dentro y hacia el costado. Hacia lo que somos y hacia lo que podríamos ser.
Leer, a veces, es entender poco, pero cuestionar mucho. Porque una buena lectura nos lleva a sentirnos más vivos.
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Alejandro Palma
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