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Reflexiones sobre el fracaso

Estuve pensando en el fracaso.

En el bendito, necesario, irritante fracaso.

Viste que hay gente que habla del éxito como si fuera una vacuna, una póliza, una medalla que se lleva bien planchadita en la solapa. Y otros, los más peligrosos, te dicen cómo alcanzarlo, como si fuese una repisa alta y todo lo que necesitas es una banqueta, una fórmula, un "mindset". Pero lo cierto es que el éxito enseña poquito. Casi nada. Apenas un suspiro de satisfacción antes de que la maquinaria del ego empiece a pedir más.

En cambio, fallar… ah, fallar es otra cosa. Fallar te saca de quicio y te mete en vos. Te sacude como un poema que no entiendes pero igual te pega. Te deja solo, y en esa soledad, si no te distraes, aparece algo. La humildad, por ejemplo. Esa palabra que no cotiza en las redes sociales pero que es el primer ladrillo de cualquier casa que no se derrumbe con el primer viento.

Y también aparece la paciencia. No la paciencia de esperar el colectivo, sino esa otra, la de aprender que hay cosas que no se fuerzan, como los brotes o los duelos. La de quedarse aunque duela, porque irse también duele pero enseña menos.

Y claro, la perseverancia. Que no es insistir como tonto, sino insistir como quien sabe que detrás de cada intento fallido se está armando algo que todavía no se ve. Como cuando escribes un verso que no sirve, pero igual lo dejas ahí, para que haga sombra, o raíz.

Hay que tener el coraje de fallar. De caerse sin tanta épica, de llorar sin filtro, de admitir que no sabemos. Que estamos aprendiendo. Y que aprender duele, pero es lo más vivo que hay. Hay que fracasar en lo que se lee, en cómo se cree que se entiende, en lo que se escribe. Y avanzar. 

Así que si estás fallando, o te sientes como una especie de error de tipografía en medio de una novela ajena, no corras. No tapes. No te pongas a googlear “cómo tener éxito en cinco pasos”. Quédate ahí un rato más. Escucha el ruido del fondo. A veces el alma habla bajito y solo se la oye cuando el mundo deja de aplaudir.

Fallar no es el opuesto de lograr. Es el camino. El único, quizás.

Quizá por eso, todos los que hemos fallado, de cierto modo, caminamos más livianos.

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Alejandro Palma

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