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Cortázar, la IA, y los nuevos escritores y lectores

 “Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo.”
— Julio Cortázar, “Último Round”

Hoy es el natalicio de uno de mis escritores de cabecera. Y de alguna manera, eso me llevó a este ensayo reflexivo.

Si imagino a Julio Cortázar reflexionando sobre la irrupción de la inteligencia artificial en la literatura, puedo imaginarlo muy lúdico y lúcido. Cortázar fue, ante todo, un transgresor de formas, un cuestionador del lenguaje, de las estructuras narrativas y de la idea misma de autoría. Es probable que, más que alarmarse, hubiera jugado con la IA, tensado sus límites, hecho experimentos como si Rayuela fuera un laboratorio vivo. Pero también es casi seguro que le preocuparía la pérdida del factor humano, ese dilema o duda en la voz que no se puede simular del todo.

Quizá lo imagino así, porque yo mismo estoy a favor de las posibilidades que puede entregar, y a la vez, preocupado de hacia adónde nos puede llevar.

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Ensayo: La máquina que escribe, o el riesgo de no equivocarse nunca (o siempre)

“Siempre me han fastidiado un poco los profetas, sobre todo los que sonríen mientras anuncian el fin del mundo. Pero más me fastidian los que escriben como si nada fuera a cambiar jamás.”
—A.P.

Hay algo sospechoso en una frase bien escrita. Tal vez porque desde chicos nos dijeron que escribir bien era poner las comas donde iban, no repetir palabras, evitar los adverbios como quien evita a los carteristas. Pero la literatura no nació de la gramática, y un poema no se sostiene con correctores automáticos.

Ahora resulta que cualquiera puede escribir bien. Es decir: bien. Sin faltas, con estilo, con ritmo, hasta con cierto “tono Cortázar” o cualquier otro, si uno se pone exigente con el software. No lo digo con amargura, sino con ese desconcierto de quien encuentra su sillón favorito ocupado por un maniquí que respira.

Ya no se trata de saber escribir, sino de tener algo que valga la pena decir. 

Eso no es nuevo, claro, pero ahora se vuelve urgente. Porque cuando todos pueden sonar profundos, lo único que corta la niebla es la verdad de la voz. Esa cosa rara, irrepetible, que ni el mejor algoritmo sabe dónde poner.

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1. De la ortografía como obstáculo a la gramática como adorno

Antes, escribir bien era una conquista. No sabías si una tilde iba o venía, pero te aventurabas igual. Ahora la IA te corrige los verbos como una madre paciente. Bien por eso. Democratizar el lenguaje, permitir que más voces se escuchen, es una victoria. Pero también es una trampa: cuando todos pueden escribir “correctamente”, escribir deja de ser suficiente.

No es que tengamos demasiados textos bien escritos. Es que cada vez cuesta más encontrar los que dicen algo con profundidad.


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2. Cuando todos escriben como Borges, Borges se vuelve silencio

No tengo nada contra las imitaciones. Durante años traté de no sonar a nadie y terminé sonando a muchos sin querer. Pero hay una diferencia entre aprender de una voz y usarla como máscara. Si ahora cualquiera puede escribir como Borges, como García Márquez, como esa versión de Cortázar, entonces el estilo ya no alcanza.

El estilo sin visión es solo maquillaje. Lo que importará no será cómo escribas, sino desde dónde. ¿Qué te llega? ¿Qué te obsesiona? ¿Qué estarías dispuesto a romper para decir lo que tienes que decir?


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3. La nostalgia de lo imperfecto

Tal vez llegará el día en que vamos a leer cosas perfectas. Cosas bellas, limpias, elegantes, y a veces huecas. Y frente a eso, algunos vamos a empezar a extrañar el error. El tropiezo. Esa frase mal dicha pero que te deja temblando.

Tal vez el lector del futuro buscará eso: el ruido, la duda, la pequeña errata, la marca de lo humano. Como quien prefiere una carta con tachaduras a un email bien editado. No porque sea mejor, sino porque se siente real.


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4. Autores cyborg, editores alquimistas

No tengo miedo de que la IA escriba cuentos.
Tengo una preocupación ontológica de que dejemos de escribir nosotros. 
O peor: que nos creamos originales cuando en realidad sólo estamos editando una sugerencia de software.

Filosóficamente, eso tampoco tiene nada de malo, incorrecto o profano 

Pero también imagino otra cosa: escritores que usen la IA como un espejo raro, como un partenaire en una danza extraña. Coautores transparentes, editores que curan textos generados como si fueran fósiles. Literatura que no oculta su origen mixto, sino que lo celebra.

Lo importante será no confundir el medio con el mensaje. La máquina puede ayudarte a decir. Pero no puede decidir qué es eso que merece ser dicho.


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5. Literatura como conversación

Escribir siempre fue una conversación —con otros libros, con otras voces, con la muerte. La diferencia es que ahora esa conversación puede incluir a una inteligencia artificial que lee todo y no olvida nada. Qué tentación. Qué riesgo.

Si la IA escribe por nosotros, nos toca leer mejor. Pensar más. Reaccionar. Subvertir. El valor ya no estará en crear desde cero, sino en crear a partir de. Y eso puede ser hermoso, si no perdemos de vista quiénes somos en ese diálogo.


La literatura no se va a morir. Va a mutar, como siempre. Algunos escribirán para impresionar a los algoritmos. Otros escribirán para no volverse locos. Y algunos, si tenemos suerte, seguirán escribiendo porque hay algo que no pueden callar.

Y eso —esa urgencia— no se puede programar.
 

6. Clasificación provisoria de autores (y lectores) según el grado de cibernación en la era del IA.

En un futuro no tan lejano, podríamos encontrar a los escritores divididos no por escuelas estéticas, ni por nacionalidades, sino por el grado de dependencia —o de complicidad— con las inteligencias artificiales. Una suerte de zoológico narrativo, con jaulas abiertas pero etiquetas claras:

1. El Escribiente Absoluto
Se resiste a todo uso de IA. No corrige con correctores, no consulta sinónimos con asistentes digitales, no se entrega a tentaciones cibernéticas. Es el último romántico o el primer dinosaurio, según se lo mire.


2. El Artesano con Pulidor Digital
Escribe de cabo a rabo con sus manos, su cabeza y sus tripas. Pero deja que una IA le pula un poco la superficie: comas, tiempos verbales, alguna sugerencia de sinónimo. No la deja tocar el núcleo. La IA es un asistente mudo, como ese corrector que uno puede tener en la editorial y al que nunca se le agradece del todo.


3. El Coautor Transparente
Aquí hay simbiosis. El humano y la máquina se escriben mutuamente. A veces no se sabe quién lanzó la idea y quién le dio forma. Hay momentos de duelo, momentos de jam session literaria. El texto es una criatura mestiza, consciente de sus dos almas.


4. El Curador de Fantasmas
No escribe, sino que elige. Lanza prompts como cebos, recoge lo que la IA le devuelve, corta, pega, afina. No quiere ser escritor: quiere ser editor de lo posible. Su talento está en el gusto, en la intuición, en saber cuándo detenerse.


5. El Delegador Absoluto
Da una idea y deja que la máquina la escriba entera. Se convierte en una suerte de productor o supervisor de obra. Lee el resultado, aprueba o descarta. Publica sin haber escrito una sola línea. ¿Es aún autor? ¿O es otra cosa?


Pero estas categorías no son cajones donde cabe cada escritor. Son, más bien, estaciones de paso. Posibilidades. Y quizás su mejor función sea invitarnos a desplazarnos entre ellas, a elegir la frontera.


Y así como cambian los modos de escribir, también mutan los modos de leer. Porque si algo afecta a la autoría, también afecta a la lectura. El lector del futuro puede tomar muchas formas:


• El lector que exige saber si un texto fue generado o no.

• El lector que no le importa, siempre que lo emocione.

• El lector que busca lo humano.

• El lector que solo consume lo más pulido, sin preguntar por el origen.

• Y el lector híbrido, que se vuelve también editor, reescritor, intérprete.


¿Quién va a juzgar qué vale más? ¿El texto que emociona aunque lo haya escrito una máquina, o el que fracasa, pero con honestidad humana?

Quizás no se trate de juzgar, sino de recordar qué buscamos cuando leemos: una conexión. Y eso, por ahora, sigue siendo un misterio más fuerte que cualquier código.


P.D. Quizá, al llegar aquí, te estés preguntando si esto lo escribió una IA, un humano, o en una colaboración.
No importa. Lo importante es que lo escribió alguien que está despierto. Y lúcido.


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Alejandro Palma.

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