Soledad cósmica, belleza sin testigos y la brevedad como revelación poética
En este trío de poemas, Alejandro Palma cambia el registro doméstico e íntimo de otras obras suyas y se lanza a explorar un espacio más amplio, abstracto y metafísico. Pero no abandona lo humano: lo traslada. Estos poemas habitan el silencio del universo, la distancia entre cuerpos celestes, y la fugacidad del instante como un espejo donde se asoman nuestras preguntas más hondas.
3 Poemas del libro "Poesía para recordar que aún seguimos vivos" de Alejandro Palma.
✦ Resumen de los poemas
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Poema sobre la brevedad
Un haiku expandido a través del vacío y el gesto: "Taza en la mesa. / Ya no hay más que decir. / El sol se estira."
En tres líneas, se condensa una escena cotidiana que es, también, un acto de rendición y contemplación. La brevedad aquí no es solo formal: es existencial. -
Poema para un universo sin testigos
Un poema en prosa que imagina al universo como una criatura viva, juguetona, melancólica y autocomplaciente. No necesita ser visto para ser real. No espera aprobación. Simplemente es. La voz poética lo describe con humor, ternura y una sensibilidad casi espiritual, tocando temas como la belleza no observada, el arte sin público y la existencia sin justificación externa. -
Poema sobre la soledad de dos planetas
Metáfora extensa sobre la imposibilidad (o el miedo) del encuentro. Dos planetas giran solos en un intento perpetuo de acercamiento sin contacto. El poema evoca la danza de la distancia, la esperanza muda y el amor que no busca consumación sino reconocimiento. Es a la vez un poema de ciencia ficción y una elegía emocional, escrita con imágenes tan precisas como delicadas.
Poema sobre la brevedad
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Taza en la mesa.
Ya no hay más que decir.
El sol se estira.
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Poema para un universo sin testigos
Cuando el universo se despierta temprano, no hace ruido. Se sienta al borde de la nada, se calza los cometas despacio y bosteza nebulosas tibias. No le importa si hay alguien mirando, porque el universo es tímido pero obstinado, como esos relojes que siguen andando aunque ya nadie los consulte.
El universo, cuando nadie lo ve, se permite ciertos caprichos. Desordena galaxias por puro juego, deja que los agujeros negros escupan lo que antes tragaban, y hasta se echa una siesta en la curva de un fotón particularmente cómodo. A veces, inventa leyes físicas solo para después romperlas, como quien construye un castillo de naipes para ver cómo cae. Hay martes en los que la gravedad se le olvida y todo flota, incluso las ideas que nunca llegaron a ser pensamientos.
Los poetas lo saben: el universo existe aunque nadie lo aplauda. No es necesario ver algo hermoso para que exista. Ellos bailan en los rincones donde ni la luz se atreve, y dejan migas cuánticas de pan por si algún día alguien decide seguirles el rastro. Los científicos, en cambio, toman nota, organizan catálogos de soles extraviados y redactan informes sobre la soledad interestelar. Para ellos, solo existe lo que ven.
Pero el universo no espera ser entendido ni contemplado. Le basta con existir como una carta que nadie ha abierto pero que igual cambia al que la lleva en el bolsillo.
Y a veces, cuando ya todos duermen, el universo se ríe bajito. Porque sabe que está ahí, girando sin permiso, floreciendo sin público, inventándose porque sí.
Poema sobre la soledad de dos planetas
No existen puentes tan largos
que puedan unir a dos planetas.
Por eso su distancia
es la búsqueda de una melodía,
más que la de un roce.
Uno gira con la calma
de quien todavía espera una carta.
El otro, torpe,
repite una danza olvidada.
No se miran.
No pueden.
En el espacio,
mirar de frente
es una forma de desnudez.
A veces,
inclinan apenas el eje,
como si una curva más
pudiera acercarlos.
Se inventan órbitas
falsas,
errores premeditados
que los cruzan por un instante.
Y en ese instante,
algo vibra.
No sonido.
Un eco seco,
como si una idea
quisiera ser pensada al mismo tiempo.
Uno guarda una piedra
que no le pertenece.
Llegó flotando,
y ahora vive allí,
acariciada por tormentas
que sueñan con haberla traído
de un amor lejano.
Cuando una estrella pasa cerca,
fingen estar ocupados.
Como viejos amantes
que cruzan en la calle
sin romper el silencio.
En el fondo,
no quieren tocarse.
Solo quieren
que el otro escuche
la danza sin música
que los sostiene.
No por gravedad.
Por esperanza.
🧭 Análisis breve
Los tres textos están unidos por una estética de lo mínimo y lo cósmico, donde el universo funciona como reflejo de la condición humana. El primero condensa lo esencial del instante; el segundo expande el universo como símbolo de la creación sin finalidad; y el tercero utiliza la astronomía como una metáfora del deseo y la distancia.
Hay una mirada tierna, irónica y profundamente literaria sobre la soledad, el sentido de la existencia, y el anhelo de ser vistos (o, al menos, oídos). Palma no cae en lo pretencioso ni en lo grandilocuente: deja que el lector intuya, sienta y resuene.
En lo formal, estos poemas destacan por su uso del ritmo pausado, el lenguaje sencillo pero certero, y un imaginario que fusiona la física con la emoción, lo científico con lo poético. Son textos que parecen escritos por alguien que ha aprendido a mirar el universo no solo con telescopio, sino con una especie de melancolía luminosa.
📌 Para lectores que disfrutan de la poesía que piensa, que mira el cosmos y encuentra ahí una versión de sí mismos, estos tres poemas ofrecen un pequeño viaje: sin mapa, pero con rumbo.
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